Estimada, o no, Junta Electoral:
Está la cianofobia o repulsión al color azul. Está la
eritrofobia o rechazo al color rojo. Y también está la clorofobia (verde), la
crisofobia (naranja), la porfirofobia (púrpura o violeta), la leucofobia
(blanco), la melanofobia (negro) y, por supuesto, la xantofobia o miedo al color
amarillo. Pero, sobre todo, está la tontería. La tontería como forma de vida,
como estilo, como tendencia. Y está el ridículo, mucho ridículo. Al parecer,
vosotros, como Junta Electoral, habéis decidido que el amarillo genera unas
ondas electromagnéticas en los ciudadanos que les impiden desarrollar las
actividades cognitivas necesarias para votar libremente. Un inciso para los
lectores de este blog: la Junta Electoral está formada por trece personas, ocho
magistrados del Tribunal Supremo y cinco catedráticos de Derecho o de Ciencias
Políticas y Sociología. Los ocho magistrados son elegidos por insaculación, que
no es lo que el común de los mortales pensaría, sino que significa que sus
nombres salen de un saco en el que hay otros nombres. Por lo tanto, en este
caso, que te manden a tomar por saco es algo positivo. Los cinco catedráticos
son elegidos digitalmente (es decir, a dedo) y son nombrados por el Gobierno por
encargo de los grupos parlamentarios. Pa mí, éste. Pa mí, el otro. No que es
mu facha. No que es mu rojo.
Pues bien, la Junta Electoral tiene xantofobia o miedo
al color amarillo. ¿Y por qué, te preguntarás amigo extraterrestre que sigues la
emisión de las televisiones españolas desde tu nave nodriza pudiendo ver una
peli porno tipo “Marcianitas en el jacuzzi”? Porque se han popularizado los
lazos amarillos que simbolizan la petición de la salida de prisión de los presos
políticos catalanes. Eso significa que, si el movimiento independentista hubiese
elegido como símbolo una molécula de oxígeno, ahora estaría prohibido respirar.
De esta manera, los catalanes estaríamos más azules que una despedida de
solteros de pitufos, y los insaculados irradiarías la misma felicidad que
Salvador Sostres en la sección de lencería de unos grandes almacenes.
No es mi intención reírme de las personas que sufran de
xantofobia. Al fin y al cabo, debe ser una experiencia terrible ver una película
de los Minions en medio de un ataque de ansiedad. Sin embargo, me resulta raro
que los insaculados y los digitales os preocupéis tanto del color de las fuentes
en Catalunya. Más que nada porque no me imagino a un tipo sentado delante de las
fuentes mágicas de Montjuïc meditando su voto. Es raro. Ya sé que son mágicas
pero, ¿tanto? Es que visualizo al tipo llegando a su casa y diciendo: “ya sé a
quién votar. He tenido una visión mientras miraba las fuentes. Ha sido...
mágico”. “Pepe, ¿estás bien”, le diría su mujer con la misma cara que Albiol en
una mezquita. No, amiguetes de la Junta Electoral, los catalanes somos raros
pero tanto como para decidir nuestro voto según el color de las fuentes va a ser
que no. Es que, además, vuestra teoría colorimétrica supone que queden pocos
colores para iluminar las fuentes. ¿Azul? No, es el color del Partido Popular.
¿Naranja? Tampoco, es el color de Ciudadanos. ¿Rojo? Para nada. Es el del PSC.
¿Violeta? Nasti de plasti. Es el color de Podemos. Y es que habéis convertido el
espectro visible en una conspiración cromática que parece una mezcla del Club
Bildelberg y de un cuadro de Kandisnky.
El 17 de febrero de 1673, Moliére murió vestido de
amarillo mientras representaba “El enfermo imaginario”. Desde ese día el
amarillo es visto como sinónimo de mala suerte (cómo nos gusta el riesgo a los
indepes). Por eso, sólo me resta desearos suerte cuando le cambies el agua a las
aceitunas y la “agüita amarilla” busque las profundidades insondables del
retrete. Quién sabe, quizás en ese mágico momento, en el que uno se pregunta
tantas cosas sobre la vida, el amarillo os recuerde que en este país llamado
democrático hay presos políticos. Sólo por eso ya habrá valido la pena. En fin,
como dice Coldplay: look at the stars. Look how they shine for you, and
everything you do, yeah, they were all yellow.
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