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04 Dec 2017 11:19 PM PST
Acaba de arrancar la campaña electoral del 21D
en condiciones de excepcionalidad. Las propias elecciones, impuestas de modo
ilegítimo e ilegal por un gobierno corrupto, sin más autoridad que la que le da
el uso de la fuerza, son excepcionales. Todo aquí es excepcional. Cataluña
entera está intervenida, ocupada y sometida a la arbitrariedad del artículo 155,
con el que el bloque nacional español (PP, PSOE y C's a los que se suma
hipócritamente Podemos) pretende impedir, extirpar, la revolución catalana en
marcha. Unos, las derechas, lo hacen por convicción reaccionaria tradicional;
los otros, las sedicentes izquierdas del PSOE y Podemos, porque no pueden
tolerar una revolución democrática y republicana en Cataluña ya que esta pone de
relieve su carencia de proyecto político propio no solo para Cataluña sino para
España. Y, si ellos no son capaces defender sus teóricos objetivos, los saca de
quicio que los catalanes lo hagan por su cuenta.
Aparte del juego sucio que el Estado lleva años
practicando en contra de Cataluña, la excepcionalidad de estas elecciones se ve
en la desigualdad de las condiciones de participación. Todos los candidatos de
las formaciones unionistas tendrán libertad de expresión y movimiento; los
independentistas de JxC y ERC, no, ya que algunos de sus candidatos están en el
exilio o en la cárcel, privados de sus derechos en cuanto presos y exiliados
políticos. Son unas elecciones con handicap para una de las partes y sin que las
otras -excepción hecha de la CUP- pongan de manifiesto esta desigualdad, este
juego sucio, este abuso, pensando que sacarán ventaja de ello porque son (PSC,
C's y PP) ventajistas de la derecha.
Pero estas elecciones no dependen tan solo de
la actividad de los partidos políticos (y de los poderes del Estado y medios de
comunicación unionistas), sino, sobre todo, de la movilización de la gente en
Cataluña en defensa de sus dirigentes a instituciones. Los represores del 155
pensaban que encarcelar a los dirigentes indepes no tendría coste más allá de
una semana de movilizaciones. Llevamos un mes y las movilizaciones de todo tipo
en favor de los presos no solo no se han apagado, sino que han aumentado. Era
evidente, salvo para los franquistas del gobierno y sus secuaces, que la
represión sería acicate de la acción revolucionaria. Y así ha sido.
Presionado por el gobierno y las
circunstancias, el Tribunal Supremo no ha tenido más remedio que hacer un gesto,
liberando a seis de los encarcelados y manteniendo otros cuatro en prisión. Un
síntoma de debilidad y mala conciencia porque ahora está claro que, además de
presos políticos, los consellers son rehenes del Estado español. El
abismo inquisitorial en que se hunde la justicia queda de manifiesto leyendo sus
razonamientos "jurídicos", según los cuales, los presos no han acatado de
modo convincente la Constitución y el 155. Se les mantiene, pues, la condena
por sus convicciones.
Acatar la Constitución puede ser un requisito
para ocupar un cargo público (y aun así), pero no para ejercer los derechos de
ciudadanía, libertad de expresión y de circulación. Nuestros derechos civiles y
políticos no pueden depender de que se acate la Constitución y mucho menos de
que se haga de "modo convincente" a juicio de un inquisidor cualquiera. Ni la
propia Constitución lo exige. Esos hombres están presos por sus ideas.
Y esa barbaridad es la que apoyan el PSOE, que
lleva su servilismo a denunciar los símbolos del lazo amarillo, y Podemos que
recurre el 155 ante el Tribunal Constitucional pero se declara equidistante
entre carceleros y encarcelados.
La última moda en golpes bajos dialécticos se
da con la afirmación de que el independentismo catalán ha despertado el fascismo
español. La mala baba de semejante razonamiento tiene tres puntos muy
esclarecedores:
1º) si no hubiera independentismo, el fascismo
español continuaría "dormido" y el PSOE y Podemos podrían obtener algunos
réditos para seguir tirando en mitad de esta podredumbre del Estado fallido de
la III Restauración y repartiéndose prebendas, siendo cooptados en un Estado que
es, de hecho, una dictadura que ellos aceptan.
2º) de lo anterior se sigue que, según estos
estrategas de la izquierda domesticada y la supuestamente indómita, lo mejor es
que se acabe el independentismo. Y con el independentismo, la revolución
democrática catalana y, sobre todo, la opción republicana que deja bien claro
cómo los partidos españoles, en realidad, son monárquicos.
3º) contra toda evidencia, se distingue entre
fascismo y gobierno. Es claro que los ministros, los jueces, los curas y los
tertulianos a sueldo no van con esvásticas tatuadas ni cadenas ni puños
americanos. Por supuesto. Esos los llevan los que obedecen sus órdenes o
mandatos. El fascismo bestial invade las calles y se siente amparado por los
discursos de todos los poderes del Estado, todos situados en la extrema derecha,
desde el monarca hasta los periodistas apesebrados, pasando por los ministros,
los políticos o los jueces a su servicio.
En efecto, las elecciones, en sus condiciones
de excepcionalidad, son un hito en la revolución catalana en marcha que ha
puesto de relieve a los ojos del mundo el fascismo estructural de la monarquía
española.
Y se verá el 21D por muchos sondeos con que el
frente demoscópico del 155 bombardee a la opinión pública, tratando de orientar
el voto de los catalanes a la sumisión y la indignidad.
Donec Perficiam.
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05 diciembre 2017
DONEC PERFICIAM
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