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12 Nov 2017 03:53 AM PST
Ayer, Alfred Bosch subió a tuiter el tuit
de la izquierda, esa impresionante manifestacion a la luz de los móviles en
Barcelona con una leyenda tan conmovedora como la imagen: Que la llum de tot un poble arribi a les cel·les més fosques.
Alfred es un literato y tiene el don de la palabra. Yo soy más de imágenes
y esa foto me recordó una de las litografías con que Marc Chagall ilustró el Éxodo en
los años sesenta, en concreto, la que muestra a Moisés y el pueblo elegido
entre las aguas del Mar Rojo que luego se cierran sobre los ejércitos del
Faraón. La naturaleza imita al arte, dijo Wilde. Más, la naturaleza
humana. Y en esta revolución catalana hay humanidad a raudales. Un
poble, dice Alfred, un poble con sus dirigentes en el foscor de la
prisión o en el exilio. Aixo no ho atura ningú. Y menos que ningú
decisiones judiciales que parecen seguir la lógica jurídica de la reina de
corazones en Alicia en el País de las Maravillas.
La manifestación nocturna ha sido
impresionante y ha abierto telediarios en multitud de cadenas internacionales.
Porque, además de pacífica, cívica, masiva, ha sido bella. Es una rebelión
ética a la par que estética, porque cada revolución tiene su creatividad que,
por supuesto, tendrá admiradores y detractores. Por ejemplo, ya se oyen
sarcasmos acerca de cómo los nazis hacían también manifestaciones a la luz de
las antorchas. La reductio ad hitlerum tiene aburrida hasta la cabra de
la legión. Los ataques a la manifestación, su significado, sus consecuencias
vienen por otros lados.
El primero el censor sin más, el
preventivo. El señor Albiol pidió a la Junta Electoral que prohibiese a TV3 dar
la manifestación. Le hacía falta una razón que no fuera su derecho a prohibir
lo que le dé la gana. Con TVE no hacen falta razones; se prohíbe y ya está; el
canal presenta un programa de corte y confección. Pero en Cataluña hay que
justificar y el peticionario ha ido a basarse en los plazos de la ley
electoral, que no le amparan en absoluto. En realidad, lo pedía por si caía la
breva de impedir que hubiera imágenes de la reacción popular masiva a la
política de persecución y encarcelamiento que su gobierno aplica. O sea,
engañar a la ciudadanía. Una vez más. Pretenden imponerse por la fuerza, lo que
hace que los catalanes quieran marcharse cuanto antes.
Otros se han puesto a discutir las cifras
de asistencia. La Guardia Urbana habla de 750.000, El País, de
"cientos de miles", otros de millón y medio. La cuestión carece de
sentido. Nadie se atreve a negar su carácter masivo, cívico, pacífico y
reivindicativo. Y eso, después de una huelga general que paró el país. Y eso
después de movilizaciones masivas en apoyo a los presos. Y eso, después de una
DI simbólica, política, no reglamentaria, pero muy real. Y eso después de un
referéndum en el que participaron tres millones de personas. Y eso... ¿De
verdad creen el gobierno, el triunvirato, el bloque nacional español que cabe
detener algo así, incluso extirparlo? ¿A qué coste?
Otro grupo de ataques viene de la obvia
consideración de que no es con manifestaciones callejeras por muy cívicas que
sean como una sociedad democrática encara la acción de la justicia.
Ciertamente. Cuando se trata de la justicia. Esta no viene garantizada sin más
por los criterios formales. Como todo el mundo sabe, hay justicia formal
materialmente injusta. Pero, cómo, ¿es que se va a poner en duda la justicia de
la justicia española? Pues sí, ese es el coste del intento de reprimir y
suprimir el independentismo que es una convicción en conciencia.
El coste de la democracia y el Estado de
derecho que en España son realidades brillantes, según doctrina de El País en
un editorial tan metafórica como falazmente titulado Franco ha muerto. Obvio. Lo que
se da a entender es que el franquismo ha muerto. Y eso, ni
el audaz editorialista se atreve a ponerlo de título. Anda el escriba enfadado
porque el gobierno está perdiendo la batalla del relato del Estado democrático
de derecho frente a las demagógicas acusaciones de "presos
politicos", "franquismo", "fascismo", etc. No cae en
la cuenta de que, si eso sucede -que sucede- es porque el relato es falso ya
que el gobierno hace sistemáticamente lo contrario de lo que dice. Es una
costumbre acrisolada desde el programa electoral de 2011.
El País se escandaliza de que medios y políticos extranjeros
se hagan eco del discurso ultracrítico con España, que llamen a Rajoy
"franquista autoritario" o que pregunten al auditorio si España está
comportándose como un Estado fascista. Sí, es una opinión que se extiende cada
vez más, alimentada por los hechos del gobierno español y frente a ella de nada
sirve que el periódico recurra a los historiadores o a su más profundo deseo
disfrazado de convicción de que el franquismo haya muerto. Daremos más motivo
de indignación al diario: también se dice en algunos círculos que más valdría
un Spainexit que un Britexit y que una UE que pierde a Gran
Bretaña pero se queda con España no ha hecho un buen negocio.
En un país en el que aún
hay estatuas de Franco, una Fundación Nacional Francisco Franco legal, un Valle
de los Caídos, un Arco de la Victoria, un Pazo de Meirás, y muchos otros
símbolos e instituciones de este jaez, el franquismo no ha muerto. Darlo por
tal es un intento descarado de negar la evidencia aquí y ahora, ante nuestros
ojos. Y eso es, precisamente, el franquismo.
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12 noviembre 2017
PALINURO DESPRES DE LA SUPERMANI DE 11/11/17
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